Nefarian seguía sin entender las risitas que salían de Roger, mientras que cada vez, su ánimo empeoraba y deseaba matarle. Janiz no quería perder más tiempo e iba a un paso rápido, dejando atrás a los otros dos vampiros. No sabía exactamente como haría para dejar claro la “desaparición de Edward”, pero mucho menos como hacer escapar a Elizabeth y Jeremy. Aunque siempre puede a ver un milagro y salvarse todos de un final triste y bastante… desagradable…
-Sigo sin saber porque os habéis arriesgado al matar a Edward – dijo Nefarian de repente.
-Era Alan o Edward – aclaró Roger.
-No – gruñó Nefarian – Era entre Alan o que os descubrieran y Jeremy y Elizabeth se quedarán solos contra ese grupo.
-Oye…
-Tiene razón – zanjó Janiz interrumpiendo a Roger – Nefarian tiene razón, ya te lo dije yo, Roger.
-¿Y qué querías que hiciera? ¿Qué dejará que matarán a Alan y a ese licántropo? – bramó enfadado el pelopincho.
-¡Espera! ¡Espera! ¿Un licántropo? ¿Hay un licántropo aquí? – preguntaba como si le hubiesen estado apartando de información.
-Sí. Es Robbie – aclaró ahora Janiz.
-¿Robbie? ¡Ah! ¡Espera! ¿El capitán del equipo de fútbol? – Hizo una pausa – Estas de coña ¿no?
-No.
-Eso explica lo bueno que era…
-Ser de una especie distinta, no conlleva tener superpoderes, solo habilidades mejoradas o más fuertes – dijo Roger como si fuera algo que todo el mundo debería saber.
-Ah, bueno. Discúlpeme “Mister-Perfecto” No hace falta que le diga que yo llevo poco tiempo convertido en vampiro, además de no a ver estado casi todo ese tiempo con un grupo de asesinos psicópatas ¿verdad? – le recriminó sarcástico y poniendo un acento que desesperó a Roger.
-¿Acaso crees que fue porque quise?
-No sé, dímelo tú.
-Eres de lo peor.
-Ya lo sé. ¡Y me encanta! - rió Nefarian.
-¿Cuánto tiempo lo has tenido que aguantar? – le preguntó Roger a Janiz.
-Yo no lo conté. Porque el tiempo pasaba rápido con Nefarian – sonrió Janiz mientras giraba la cabeza.
-Pues yo estoy sintiéndolo eterno - susurró Roger.
-Te he escuchado – le gritó Janiz para que la oyera.
-Tsk.
-¡Ey! Ya esta despertando – exclamó Elizabeth mientras veía como parpadeaba de forma pesada.
-Sí. ¿Se puede saber porque te has desmayado? – preguntó Heperi mientras inclinaba la cabeza y sonreía mostrando sus horrendos dientes amarillos.
-Ay mi madre – susurró Jeremy mientras se llevaba una mano a la cabeza.
-¿Qué tal estás, Jeremy? – preguntó Elizabeth aguantando una risita.
-Mareado ¿Por?
-Por nada – dijo tapándose la boca con las manos.
-¿No te notas diferente? – preguntó ahora Heperi.
-¿A que viene esto? – Jeremy estaba bastante confuso.
Se apoyó sobre sus codos, observando la celda: todo estaba igual.
-No. Yo no veo diferencia – contestó con seguridad.
-Mm… díselo tú, Heperi – le dijo Elizabeth mientras le daba un pequeño codazo.
-¿Decirme qué? – fulminó con la mirada al pobre empollón.
-Es que… bueno… - se agarró el brazo derecho – Ya… ya… ya…
-Ya no eres un vampiro – concluyó Elizabeth.
-¡¡¡¿Qué no soy vampiro?!!! ¡¡¿De qué demonios estáis hablando?!! – Jeremy se levantó bruscamente del suelo mientras se movía desesperado.
-Buenoooo….
-Heperi te quiso despertar con un conjuro pero solo consiguió “des-transformarte” - volvió a interrumpirle ella.
-¡¡¿Qué?!! ¡No podías despertarme como todo el mundo! – Hizo una pausa - ¡Espera! ¿Heperi? ¿conjuro?
Jeremy se volvió a desmayar. Elizabeth y Heperi le miraron confusos.
-Busca una manera de convertirlo otra vez en vampiro. No creo que cuando despierte le haga gracia saber que esto no era una broma. Si no es un vampiro será más difícil para nosotros, poder rescatar a Janiz y luchar contra ese grupo – ordenó Elizabeth mirándole mal.
-Voy, deja que mire en el libro a ver si encuentro algo de esto – se defendió sacando un pequeño libro de su bolsillo.
Cuando fue a abrir la página, Elizabeth le agarró la mano.
-Heperi, dudó mucho que haya un hechizo de ese calibre en un libro tan básico como ese. Has hecho un descubrimiento para tu especie, que encima no sabemos como evitar. Tienes que saber como lo has hecho para poder darle la vuelta y que haga lo contrario – le explicó mirando al desmayado.
-Lo intentaré – dijo mientras asentía con la cabeza.
-Por cierto, Heperi ¿cómo es que eres un brujo? Es más ¿qué haces tú aquí?
Un grupo de vampiros me capturó y me obligó a hipnotizar a otro vampiro castaño que no paraba de insultarme y reírse de mí.
-¡Nefarian! ¿Le hipnotizaste?
-Ajá. No tenía más opción. Lo increíble es que, al hacerse el conjuro, me quisieron matar. Pero hice un hechizo y pude sobrevivir sin que ellos los supieran. Creen que estoy muerto y me gustaría que siguiera así.
-Tranquilo, mientras ellos crean que seguimos aquí, lo tuyo no tendrá ningún problema con nosotros.
-Mejor que mejor.
-Ahora dejémonos de tonterías e intenta reconvertir a Jeremy.
-A la orden, mi sargento.
-Que te dejes de tonterías.
-Vale, vale.
Alan dejó a Robbie en el suelo del apartamento, con tranquilidad y con suavidad. Sacó de su bolsillo el pequeño libro donde estaban los hechizos y se dispuso a pasar las páginas al vuelo, encontrando algo que sirva para cerrar un mordisco de vampiro en un licántropo, cosa que ya de por si parece imposible de encontrar.
-Solo a ti se te ocurre volver al lugar del que saliste.
Alan se sobresaltó y dirigió una mirada furibunda hacia la ventana: sentado en ella, con una de las piernas colgando por fuera, había un extraño rubio que sonreía de forma maquiavélica.
-¿Quién eres? – preguntó Alan amenazante.
-Yo soy, Marcus – sonrió.
A Alan se le paró el corazón. ¿Había dicho Marcus? ¿el líder del grupo de vampiros? Si ya era malo a verse encontrado con Edward, ahora tener al líder delante de sus narices era demasiado.
-Tú eres el brujo ¿no?
-No te incumbe – se aventuró a decir.
-Vaya, vaya. ¿Quieres pelea?
Sin dejar tiempo a pestañear, Marcus agarró del cuello a Alan y lo elevó, dejándole las piernas colgando sobre el suelo. Alan se resistía mientras le golpeaba la mano, intentando liberarse del agarre.
-Te he hecho una pregunta. ¡Responde!
-Ni de broma.
-¿Quieres morir?
-Vete a la mierda
-Tú te vas a ir al infierno.
-Pero tú irás conmigo, tarde o temprano.
-¿De verdad? ¡Por favor! No me hagas reír. En este pueblo los únicos seres especiales que quedabais sois, tú, la niñita esa y el vampirito que quería a mi Janiz.
-Janiz no es de tú propiedad, bastardo.
-¿A no? ¿Quién lo dice?
-Yo lo digo. Y Jeremy va acabar contigo y vas a ver como tenía razón.
-¡Te he dicho que no me hagas reír!
Marcus empujó a Alan contra la pared que había a su derecha y este recibió un fuerte impacto en la cabeza, quedando casi inconsciente. La mano derecha le empezaba a dolor de forma espantosa y notaba que no podía moverla. Marcus se acercó a él, lentamente mientras seguido se inclinó con sorna ante él.
-¿Qué? ¿Aún tienes cojones de decirme que ese estúpido amigo tuyo me va a matar? Tú ni siquiera sabes curarle una herida a ese maldito licántropo.
-Tú… tú que sabrás – dijo Alan con dificultad mientras intentaba arrastrarse con la otra mano.
-Si que lo sé. Porque vi perfectamente como matastéis a Edward.
Alan paró. Los ojos se le pusieron blancos y el miedo se apoderó de él.
-¿De verdad creeríais que yo era estúpido? Encima pensabais engañarme. Hay que ser imbéciles para creer que podrías engañarme a mí.
Alan seguía sin poder moverse, empezó a oír como su corazón empezaba a dejar de latir, y sentía que comenzaba a respirar con dificultad.
-Vosotros habéis matado a Edward, mi amigo. Mi fiel amigo. Mi gran amigo. El hombre junto con el que he estado matando a todas mis víctimas.
-Él… te… odiaba – consiguió pronunciar Alan.
-Ya lo sé. Él me odiaba y aún así iba conmigo a todos lados. Pero igualmente nunca se rebeló contra mí, siendo más fuerte que yo.
Marcus sonrió mientras sacaba algo bajo su chaqueta.
-Ahora me toca devolveros el golpe tan fuerte que me habéis dado. Lo entiendes ¿no?
Alan miró a lo que Marcus mostraba en su mano: un cuchillo con una fina punta que parecía tener sangre seca.
-No sé como demonios hizo Janiz para que no le surtiera efecto el paso de mi personalidad, pero aún así, no podrá ganarme en un chantaje.
-¿Un chantaje?
-Claro. Dejare en paz a esos vampiros y a la niña esa. Aunque claro, tú – le señaló – No entras en el trato. ¿Por qué? Porque vas a estar muerto para ese momento.
-Si eres un vampiro… ¿por qué usas un cuchillo?
-Porque estoy lleno ya. Además, te puedo hacer sufrir.
-A Edward, lo matamos sin hacerle sufrir.
-Cuando le clavas una estaca en el corazón a un vampiro, lo normal es que sufra por dentro, porque sus órganos vitales (ya muertos), su piel, su cerebro, sus músculos ¡todo! Se hacen cenizas. Duele. Duele mucho. Y tú vas a sufrir algo parecido aquí, y ahora.
-Igualmente, no te saldrás… con la tuya.
-Eso ya lo veremos.
-Déjame que te diga algo…
-¿Qué?
-Vas a sufrir en el infierno menos de lo que sufrirás aquí, por gilipollas.
-Te vuelves valiente en tus últimos momentos de vida. Que curioso y gracioso resulta a la vez.
-Mátame ya.
-No. Te he dicho que te haría sufrir y lo haré.
Marcus le hizo un pequeño corte en la mejilla a Alan, mientras este se retorcía de dolor. Una sonrisa sádica se dibujó en el rostro de Marcus. No solo iba a disfrutar con eso, si no que podría vengar a Edward de una manera que a él le hubiera resultado divertida e interesante, como al le gusta las muertes.
Notó un movimiento a su espalda y con esa velocidad inhumana consiguió apartarse de una voltereta del lugar al que iba acabar ese puñetazo lleno de furia. Le miró sonriente y con una ceja alzada. Era increíble que aún aguante ese licántropo de pie.
-¿Tú también quieres sufrir?
Un gruñido salió de la bestia que ocupaba más de la mitad del pequeño apartamento donde dormía Nefarian. Marcus solo asintió con esa maquiavélica sonrisa en su, todavía, joven cara de veinteañero.
-Mejor. Dos por uno. Edward estará saltando de alegría en el infierno.
Se dispuso a pegarle un puñetazo al licántropo, pero se contuvo y recapacitó.
-Si pierdo tiempo contigo, este se morirá solo o se me escapará a rastras – dijo Marcus señalando con la cabeza a Alan – Así que… ¡bye!
Y lanzó con brusquedad y fuerza el cuchillo, que impactó en la frente del licántropo…
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