-Me sorprendes – rió Marcus mientras le observaba divertido - ¿Cómo es que no estas muerto todavía?
Un gruñido lastimado salió del licántropo, provocando una risa eufórica en el líder del grupo. Alan temía quedarse paralizado en cualquier momento, mientras veía como la sangre brotaba de la frente de su salvador.
-Seguramente Edward te trasfirió parte de su sangre y eso haya provocado que tengas la posibilidad de ser inmortal. ¡Serías una especie muy rara! – Marcus levantó las manos mientras se divertía viendo los esfuerzos que hacia el licántropo por resistir el horroroso dolor.
Dirigió una mirada de reojo hacia Alan y se sorprendió, como si se hubiese olvidado de que él estaba allí, provocándole una risilla que aguantó en su mirada. Alan se movió incómodo. Estaba en el suelo, inmóvil, con un dolor por el cuerpo que superaba lo que había sufrido con Edward o en sus lesiones. Marcus solo se alegraba de ese momento tan tenebroso que estaban soportando el brujo y el licántropo.
-Tú, brujito – dijo de repente señalando a Alan – Tendrás que convertirte en la víctima de esos gemelos locos. Me llevaré a tu amigo el lobito, para “analizarle”. ¿Quién sabe en que se habrá convertido?
-¿G-gemelos locos? – preguntó sin mucha convicción.
-Sí. Creo que se llaman… Ricky y… ¡Martín! – cantó victorioso.
-¡Esos dos! ¿Puedo pedirte un último favor, antes de morir?
-¿Cuál?
-¡Mátame tú!
-Lo siento. Eso no lo puedo cumplir.
Marcus se levantó y extrajo el cuchillo de la frente del licántropo, mientras sonreía y hacía malabares con el cuchillo ensangrentado. Sonrió divertido, por última vez a Alan y salió por la ventana, cargando al licántropo, en un solo pestañeo que pudo realizar Alan.
-Oh, Dios mío – masculló mientras cerraba los ojos.
-¡Ya estamos aquí! – gritaron los gemelos eufóricos.
-¡¡¿Cómo demonios…?!!
-¡Somos vampiros! – empezó Ricky.
-¿Recuerdas? – finalizó Martín.
-Es imposible. Seáis vampiros o no – gruñó mientras los señalaba con dificultad.
-Lo dice un brujo que debería ser capaz de matarnos con facilidad – rieron maquiavélicamente ambos.
Alan se sintió débil. Estaba a punto de responder, pero se calló, pensando en aprovechar las últimas fuerzas que le quedaban para poder actuar y defenderse de ese par de vampiros locos, que decía llamarse gemelos. Se apoyó sobre la palma de sus manos y se levantó con suavidad, seguridad y ¿confianza?
-Puedo no saber usar “trucos de magia”. Pero ¡no estuve en el equipo de fútbol por nada! – gruñó mientras pateaba al primero de los gemelos que se encontraba ante él, Ricky.
Este recibió la patada en el estómago, impulsándose hacia atrás, y acabó llevándose por delante a su hermano Martín. Los dos chocaron contra la pared. Alan sonrió mientras se inclinaba hacia delante, por el fuerte dolor de espalda que seguía teniendo tras los golpes de Marcus. Martín se enfadó y corrió con ira hacia Alan, que se preparó.
-Por cierto – dijo de repente – Yo era defensa y tiraba a puerta desde mi campo, casi nunca fallaba.
Martín mostró sus colmillos y se abalanzó sobre él. Alan levantó la pierna, la encogió y luego, al notar el peso de Martín sobre ella, lo empujó hacia el lado de donde vino. Esta vez no acabó contra la pared, ya que la patada de Alan estuvo más desviada, porque chocó contra la ventana cerrada, rompiéndola en el acto y dejando ver los rayos de Sol. Ya era de día…
Martín cayó en el exterior. Un grito escalofriante se escuchó por su parte, Alan no se mostró inseguro y se acercó a la ventana, para acabar viendo la terrorífica escena; el gemelo empezaba a derretirse, sus piel se hacia líquido, sus huesos empezaban a verse y hacerse cenizas débilmente. La imagen se le iba a quedar de por vida en la mente. Alan se giró sobre si mismo para dejar de verlo, cuando notó una mirada sádica sobre él.
A su lado Ricky echaba humo por las orejas, sus ojos se habían vueltos totalmente negros, sus manos estaban cerradas en un puño enorme, sus colmillos se clavaban en su propio labio inferior, haciendo que su propia sangre se deslizará en su barbilla.
-¡¡Cabrón!! – bramó mientras golpeaba fuertemente la pared de su derecha.
No podía acercarse a Alan, ya que estaba rodeado por los rayos solares que entraban por la ventana. Su furia crecía dentro de él y empezaba a golpear más fuerte la pared que tenía al lado.
-¡¡¡¿Por qué lo has hecho?!!! – rugió mientras golpeaba por cuarta vez la pared.
Alan dio un paso hacia atrás, instintivamente. La pared que había estado golpeando Ricky se estaba haciendo pedazos. Su cara mostraba una ira casi incomprensible. Temía de lo que sería capaz, aún estando él, a la luz de Sol, protegiéndose de él.
-¡¡Dime por qué!!
-¡¡¿Eres tonto?!! ¡Me hubieras matado vosotros a mí!!
Ricky, fuera de sí, se abalanzó sobre Alan, aún protegido.
-¡¡Quita de encima!!
-¡Tú también vas a morir!
El cuerpo de Ricky empezó a correr la misma suerte que la de su gemelo, pero él lo sufrió golpeando con fuerza a Alan. Acabó consiguiendo arrastrar a Alan a unos centímetros alejados de la luz solar, sufriendo ese dolor solo en las piernas. Alan recibía los golpes sin poder defenderse. Estaba demasiado débil para provocar algún movimiento muy brusco. Ricky se harto de golpearle y sonrió de forma asesina y diabólica, porque se le había ocurrido una idea que amenazaría la seguridad del chico.
-¿Q-qué vas a hacer? – preguntó horrorizado mirando fijamente a sus ojos negro, oscuros y vacíos.
Se acercó a su oído y susurró.
-Alimentarme de ti.
-¡¡¡NO!!! ¡No te atrevas!
Alan se removía intentando librarse de Ricky, que seguía sobre él con esa sonrisa surcando su rostro. Le sonrió, ahora, mostrando sus colmillos, para en un pestañeo estar clavados en el cuello de Alan.
-N-n-no…
La sangre empezaba a brotar por el cuello de Alan, mientras su boca también empezaba a mostrar la sangre que no tenía conducto por el que salir en el cuello. La comisura de sus labios no tardó en llenarse de sangre también, empezando a ir hacia su barbilla. Notó como Ricky se quitó de encima y se colocaba de cuerpo entero ante los rayos de Sol, aunque, sus piernas ya ni existían. Gritó de furia y alegría mientras empezaba a correr la misma suerte que su hermano. Alan no sentía nada de su cuerpo. Estaba paralizado.
-Oigo pasos- dijo Heperi terminando de cerrar la puerta del sótano.
-Yo también los oigo – le contestó Elizabeth apoyándose contra la pared que se encontraba al lado de la puerta.
En un segundo, caminando por los pasillos, un hombre pasó al lado de ellos. Cuando parecía que iba a seguir su camino, se paró a olfatear y observó sorprendido a los tres chicos.
-¡¿Pero que… ?!
-¡Magfut! – exclamó en un susurro Heperi, mientra lo señalaba.
El hombre se quemó vivo en el mismo lugar donde estaba situado, mientras gritaba levemente. Elizabeth lo observó arder, sorprendida.
-¿Puedes hacer esas cosas? ¡¿Y sin varita?!
-Sí, claro que puedo. Y soy un brujo no un mago. ¡Claro que no necesito varita! – sonrió mostrando los dientes amarillos.
-Te he pedido que no sonrías – le cortó bruscamente.
-Lo siento.
Heperi se agachó a volver a coger el cuerpo inconciente de Jeremy, que había tumbado en el suelo en el momento en el que hizo el hechizo. Elizabeth le hizo una seña y caminaron por el largo pasillo, por el lado por donde había pasado el hombre. Pasaron al lado de una puerta entreabierta y Elizabeth oyó unos murmullos.
-Espera – le susurró a Heperi – Vigila. Creo que escucho algo.
-¿Que vigile? ¿Cómo…?
-Shhh
Marcus rodeó por décima vez la mesa, mientras el joven vampiro le observaba sin entender.
-Edward me contó que eras científico antes de que te convirtieran ¿no, Max? – le preguntó de repente al vampiro.
-Sí, mi señor – asintió él.
-Pues bien, necesito que me ayudes a resucitar a alguien con la fórmula que conseguí robar de la orden de los vampiros que existió hace veinticinco años.
-¿Y a quién quiere que resucité?
-A Edward.
-¿Cómo?
Un gruñido se escuchó al lado de la puerta de acero que se encontraba detrás de Marcus.
-¡¡Cállate perrito!! – gruñó al licántropo golpeando la puerta de acero –Bueno, en eso – señaló un jarrón que había en la mesa del centro – Están las cenizas de Edward.
-¿Quiere que las pegué con pegamento? Con eso no puedo hacer nada – rió el vampiro sin mucha convicción.
-¿No le acabó de decir que tengo la fórmula?
-Sí. Ya ve…
-Este licántropo, tiene la sangre de Edward corriendo por sus venas.
-Eso lo convierte en una especie nueva, ya que tiene sangre de vampiro y licántropo.
-Exacto. Pero, quiero que lo mate.
-¿Qué? ¿Por qué? ¡Esa especie en nuestro lado sería increíble! Solo necesitaríamos al otro brujo para que lo hipnotice.
-Imposible.
-¿Por qué?
-Ahora mismo lo estarán torturando y matando en trocitos, Ricky y Martín.
-Ya veo.
-Por lo que entenderá, tendrá que sacar esa sangre del licántropo, para luego con la fórmula y las cenizas, recuperar el cuerpo de Edward.
-¿Seguirá con la misma alma?
-Si tiene la misma sangre ¿no es obvio?
-¿Por qué quiere recuperarle? Después de todo, algún día se rebelaría.
-Había algo de amistad.
-Déjeme dudarlo.
-¿Cómo dice?
-Edward era más fuerte que usted, por eso quiere recuperarlo. Si ya lo han matado una vez, ¿no cree que puedan volver a matarlo?
Marcus fingió una sonrisa y luego golpeo con fuerza la puerta de acero, haciéndole una enorme abolladura.
-Aquello fue porque la sucia rata de Roger le atacó por la espalda. Edward no caerá en lo mismo por segunda vez.
-Entonces me pondré manos a la obra.
-Estupendo.
-Larguémonos de aquí, ¡ya! – le susurró Elizabeth a Heperi.
Nefarian abrió la puerta de la habitación, pero con extrema rapidez la volvió a cerrar.
-¿Qué pasa? – preguntó Janiz.
-Alan ha abierto la ventana de mi habitación y entra la luz – le explicó – Entra tú, Janiz y ciérrala.
-Vale – dijo abriendo la puerta – Pero ¡¿Qué demonios a pasado aquí?!
Janiz dirigió la mirada hacia un extraño ruido de una respiración agitada.
-¡¡Alan!!
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